"EL OGRO DE SANTA CRUZ"

  

 

  Edmund Kemper siempre fue grande, no solo en estatura medía 2,06 metros- sino en la sombra que proyectaba desde niño. Nacer en esa dimensión física le daba una presencia imposible de ignorar, y algo en su mente sabía ya desde muy pronto que iba a estar solo. Su familia no ayudaba. Tenía dos hermanas mayores, y una madre una mujer separada que no creaba ternura, sino disciplina, humillaciones, comparaciones y silencios cargados. 

   Cuando él era apenas un niño, dormía era el sótano: oscuro, frío, separado de todo lo que fueran risas o luz. Las noches allí se llenaban de monstruos imaginarios, inseguridades, preguntas sin respuestas: ¿por qué yo no duermo arriba? ¿por qué soy el que está aislado?.

   Jugaba con sus hermanas a juegos morbosos como: la silla eléctrica, la cámara de gas, -o quizá no era juego, quizá se trataba de un ensayo-  En uno de esos rituales infantiles, se ponía atado y fingía la muerte mientras los demás observaban. Jugaba con muñecas, les arrancaba cabezas, manos, fragmentos, como si anticipara lo que algún día haría con cuerpos reales. El dolor, el miedo, la humillación, todo formaba parte ya de su paisaje mental.

    Cuando su madre se casó otra vez, Edmund fue a vivir con su padre a California. Pensó que algo cambiaría; pero al volver, vio que no tenía un lugar claro: nueva familia, nuevas reglas, pero él seguía siendo la anomalía. Lo mandaron con los abuelos paternos -no como rescate, sino casi como abandono. Allí, bajo la mirada de esos abuelos, se acumuló más rabia, más resentimiento. Y al cumplir 15 años, todo aquello que había aterrador, reprimido, explotó. En agosto de 1964, Edmund tomó un rifle, disparó a su abuela y, luego, cuando su abuelo regresó, lo mató también. No fue algo planeado, sino una erupción de lo que llevaba gestándose dentro: curiosidad, deseo de poder, de ver qué se sentía, de liberar todo lo que le quemaba por dentro.

  Lo llevaron a un psiquiátrico. Allí pasó más de cinco años. Los médicos, le diagnosticaron: esquizofrenia paranoide. Tras su salida, comenzó su carrera como asesino en serie.

   En mayo de 1972, el sol caía perezoso sobre las carreteras de Santa Cruz, California, mientras dos jóvenes, Mary Anne y Anita Luchessa, hacían autostop para acudir a la universidad de Stanford. Entonces un coche, marca Ford, se detuvo junto a ellas y un tipo amable se ofreció a llevarles. No vieron peligro, no sospecharon y se subieron. Fue la última vez que alguien las vio con vida. Meses más tarde, la historia parecía repetirse, Aiko, una chica de apenas 15 años, hacía autostop dirección San Francisco. El sombrío viaje empezó con una oferta amable y terminó en el silencio absoluto. 

   La policía localizó los cadáveres de Mary Anne y Anita, ambas habían sido brutalmente apuñaladas. El asesino las conducía a zonas rurales aisladas para matarlas. Una vez muertas, las llevaba a su apartamento donde practicaba la necrofilia, tanto con los cuerpos, como con las cabezas de las víctimas y posteriormente los desmembraba y amputaba sus manos. 

  En enero del año siguiente, Cindy estaba haciendo autostop, con su mochila al hombro, pensando en clases, amigos, en la rutina de un día más, cuando un coche la recogió. No supo que ese viaje lo cambiaría todo. Desaparece, hay rumores, preguntas sin respuesta, búsqueda y silencio. Cuando apareció, su cuerpo mostraba que había sido asesinada de un disparo en la cabeza. Edmun confesó que llevó el cadáver a su casa, lo descuartizó y lo tiro por un barranco. Se quedo con una parte, la cabeza, con la que mantuvo prácticas sexuales. Dos días después de que se enterara del hallazgo, se asustó y decidió deshacerse de la misma intentando prenderle fuego. 

   Al mes siguiente, las malas noticias continuaban, otra joven, Rosalind, esperaba su transporte cuando un hombre se ofreció a llevarle. Conducían por la carretera cuando el hombre se percata que había otra chica en el arcén en busca de un viaje seguro. Se llamaba Alice de 21 años, según entró en la parte trasera del vehículo, el hombre sacó un revolver y disparo a Rosalind en la cabeza y, acto seguido, continuó disparando a Alice hasta su muerte. Con dos cadáveres en el maletero, las decapito y las agredió.

    Finalmente, fruto de toda la ira, odio y frustración acumulada, en abril de 1973, decidió acabar con la vida de su madre. Una noche, mientras ésta dormía, cogió un martillo y la golpeó repetida y violentamente hasta matarla. Lo que hizo después fue una atrocidad...la decapito y uso su cabeza como diana, la uso para prácticas sexuales y tiro sus cuerdas vocales por el triturador. No contento con eso, escondió su cuerpo en un armario, lo mantuvo durante cuatro días en su cama, donde acabó comiéndose partes de sus órganos, dormía y mantenía practicas sexuales con el. 

   Tras cometer el crimen, invitó a una de las amigas de su madre a cenar a su casa. Este sería su último asesinato. Se dirigió con el coche hacia el este, sin escuchar en la radio ninguna noticia sobre sus crímenes. Desilusionado, frenó y llamó a la policía y confesó que era "el asesino de las colegialas".

   Tras el crimen de su madre se dio cuenta que su sufrimiento o su sentimiento de odio hacia las mujeres había terminado. Contó que enterró una de las cabezas de sus víctimas en el jardín, debajo de la ventana de la habitación de su madre. Con la decapitación y la amputación de las manos, dificultaba la identificación de los cuerpos.

  "Cuando las mataba, no me podían rechazar como hombre, es más o menos como producir una muñeca de un ser humano y llevar a cabo mis fantasías con ella. Una muñeca humana. Con una chica, con su cuerpo, incluso sin la cabeza. Sin la cabeza la personalidad desaparece".

  Durante el juicio intentó alegar locura, sin embargo fue hallado culpable de ocho cargos por asesinato. Solicitó la pena capital, pero fue abolida en Estados Unidos en aquel momento por lo que recibió la cadena perpetua. Actualmente, continúa cumpliendo condena en prisión Estatal de Vacaville.


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