"WEST MEMPHIS THREE"

 5 de mayo de 1993, West Memphis, Arkansas, tres niños de apenas 8 años -Cristopher, Steve y Michael- desaparecieron. Un descubrimiento terrible sacudió la comunidad cuando más tarde sus cuerpos fueron hallados en un canal. 

   La tarde que comenzaron a jugar con bicicletas y monopatín arrancó como cualquier otra. Steve y Michael decidieron salir con sus bicis, acompañados de la autorización de la madre del primero. Poco después apareció Cris, quién entro en la casa de Steve y al no encontrarlo, desapareció en dirección desconocida, posiblemente en busca de sus amigos. 

   Al ver que los niños no regresaban a sus hogares en las horas dispuestas comenzaron a buscarles por los alrededores. Tres testigos emergieron del silencio para afirmar que, alrededor de las seis y media de la tarde, vieron a tres niños: dos pedaleando y Cris, en monopatín, el cual dejó para montarse en la bicicleta de uno de ellos. Dichas bicicletas fueron encontradas más tarde junto al canal...pero no así el monopatín.

   Inspeccionaron los alrededores en busca de alguna pista, la hermana de Steve, rastreando el bosque cercano, se topó con tres chicos, dos de tez oscura y uno clara, que le susurraron algo. No le dieron buena espina por lo que se alejó rápidamente, quizá por miedo...o por instinto. La noche avanzaba, pasadas las ocho de la tarde, la preocupación entre los familiares de los pequeños aumentaba y llamarón a la policía. El registro inicial por el último lugar conocido de los niños no reveló rastro alguno. Pero llegó un segundo aviso que desafiaba toda lógica: un hombre de tez morena apareció en el baño de mujeres de un restaurante, en estado de shock. Había sangre por todas partes. No se hicieron ni pruebas, ni declaraciones. Dejo detrás sus huellas en forma de barro y luego se desvaneció, junto con cualquier pista tangible. 

  La mañana siguiente despertó con un silencio expectante. La presión crecía entre los familiares, la angustia aumentaba, y a eso de la una del mediodía, la contingencia se intensificó y llegaron más refuerzos policiales. Cuando los efectivos parecían invadir la escena, un agente perteneciente a la condicional de un centro de menores cercano, conocido como Jerry, notó algo extraño. Caminando al borde del canal, su mirada se clavo en una diminuta zapatilla infantil, medio oculta en una zanja junto al río. De pronto, un escalofrío recorrió su espalda. Apenas unos pasos más adelante, otro policía rastreaba el mismo tramo, vigilando cada brizna de hierba, hasta que se resbaló y cayó al agua.

  El chapoteo resonó como un presagio. Cuando sus manos emergieron, agarrotadas del frío, algo llamó su atención: una pierna, pálida y extrañamente quieta, asomaba entre el barro y las rocas. No había duda. Su rostro se torno pálido, su hallazgo estremeció el aire, un niño yacía allí, inmóvil. Se trataba del cuerpo de Michael. Poco después, a unos metros de distancia, emergió otro macabro hallazgo, era Steve. Y no muy lejos de él, casi imperceptible entre el fango y la maleza, apareció el cuerpo de Cris.

   Los tres cuerpos estaban desnudos, atados de pies y manos con los cordones de sus propias zapatillas y habían utilizado palos para mantenerles ocultos en el fondo del agua. También encontraron en el agua una mochila con las prendas de los niños pero faltaban dos calzoncillos y sólo había un calcetín. Sus bicicletas aparecieron una a cada lado del canal. 

  Las autopsias revelaron que no había signos de violencia sexual -a pesar de que presentaran dilataciones, el sometimiento a diversas condiciones medioambientales suelen causar este tipo de lesiones en los cadáveres- no había restos de fluidos. Los cuerpos de dos de ellos presentaban numerosas contusiones y golpes en la cabeza, seguramente producidas por algún tronco o algún palo. El agua que contenían tanto en el estómago como el los pulmones indicaba que habían sido arrojados al agua con vida. El tercero había sido víctima de un ensañamiento mayor, presentaba mutilaciones en los genitales, pero no eran cortes limpios, sino que le había despellejado. Era el único que no tenía agua en los pulmones por lo que seguramente falleciera antes de que le arrojaran al rio.

   La prensa filtró toda la información acerca de lo ocurrido a los tres pequeños. Los rumores que recorrían la comunidad versaban sobre prácticas satánicas. No pensaban en eso por casualidad, Jerry, el agente de la condicional y apasionado del mundo de las sectas, comenzó a elaborar informes sobre posibles sospechosos relacionados con esos rituales y acabó relacionando los hechos con un joven que estuvo en uno de los centros, llamado Damien. Este chico, que sufrió numerosas carencias a lo largo de su infancia, sentía curiosidad por ese mundo del satanismo, escuchaba música peculiar, vestía de manera oscura, lo que condujo a que la policía se centrara en él como principal sospechoso. 

  Fue sometido a un acoso notorio por parte de los investigadores. La policía expuso su fotografía ante la población para sacar información, lo que derivo en diversos testigos que lo ubicaban dentro de la zona horaria de desaparición de los niños e involucraron a otro amigo suyo. Otra mujer, conocida por la policía por sus numerosas detenciones por robo, confesó que su hijo, de la misma edad que los tres, introdujo a un tercer amigo de Damien. Por tanto, los principales sospechosos de los sucedido eran Damian, Jason y Jessie -más tarde esta mujer testificó que se lo inventó todo-.

  Con los tres jóvenes detenidos fueron llevados a juicio por separado, pese a que todos contaban con coartadas respaldadas por testigos, En enero de 1994, Jessie fue el primero en ser juzgado: aunque se declaró culpable de los asesinatos, se le condenó como autor principal sólo de uno de ellos, siendo condenado a 40 años de prisión. Llegó a un acuerdo con la fiscalía y emitió una confesión llena de inconsistencias. Los otros dos fueron condenados por los tres asesinatos, uno a tres cadenas perpetuas y el otro a muerte por inyección letal.

  Estando en prisión, en el año 1996, la emisión de un documental reveló testimonios inquietantes. La madre de Cris, había fallecido en extrañas circunstancias, y se destapó la relación que mantenía uno de ellos con su padrastro, lo que también fue objeto de investigación. 

   Llegado el año 2007, tenían informes que dejaban claro que las heridas que presentaban los cuerpos habían sido ataques post-mortem producidas por animales. Las pruebas de ADN confirmaron que no había rastros de los condenados en ninguno de los cuerpos, sin embargo, se hallaron dos cabellos, uno en uno de los nudos del cordón, que según pruebas de ADN pertenecían al padrastro y otro al amigo que le acompañaba en busca de los niños aquella tarde. Aunque negaron cualquier implicación, nunca fue investigado a fondo, creando un velo de sospecha que aún no se ha disipado.

 El 19 de agosto del año 2011, tras más de 18 años en prisión, los tres de West Memphis, salieron en libertad bajo lo dispuesto en la doctrina Alford: aunque mantenían su inocencia, admitían que existía suficiente evidencia para condenarlos, saliendo con una sentencia ya cumplida y una libertad condicional de 10 años. Los abogados de los jóvenes planteaban la existencia de un camionero o vagabundo viejo, debido a la cercanía del crimen a un lavadero, que pudo detenerse, cometer el crimen y marcharse impunemente. 

   Actualmente, los tres hombres viven fuera de prisión con identidades restauradas, pero con un estigma legal latente. El destino de los niños -si fueron víctimas de un externo camuflado por la noche o de alguien más cercano- permanece envuelto en un eco inquietante. 



    











   










   

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