"SOMBRA Y MARTILLO EN EL PUTXET"
Era enero de 2003 cuando el barrio del Putxet, en Barcelona, se vio sacudido por un miedo inesperado. Aquel silencio invernal fue roto por el martilleo cruel de un asesino que acechaba en las entrañas de un aparcamiento privado.
Una tarde, una mujer, llamada María Ángeles, se dirigió al parking del barrio del Putxet para recoger su vehículo y regresar a su casa. Su familia la esperaba, pero éstos al ver que se hacía tarde, no contestaba al teléfono y no aparecía, decidieron acudir al parking en busca del coche. Allí estaba, aparcado, algo no iba bien y fue peor cuando uno de los hijos que estaba buscando por las escaleras, observó que debajo de la escalera asomaba una mano. A medida que se acercaba las dudas se disiparon...vio que la alianza que portaba esa mano era la de su madre.
El lugar se lleno de policía. Se procedió al levantamiento del cadáver, había evidencias claras de una muerte violenta, estaba maniatada, tenía una bolsa del plástico sobre la cabeza y había sido apuñalada. En la escena del crimen encontraron una colilla y, sobre la bolsa del plástico, pudieron hallar una huella y una pisada. Los más llamativo fue que en el mismo momento en el que se llevaban el cuerpo, el marido de la víctima recibió un mensaje desde el móvil de ésta, avisándole de que esa noche no iría a casa a dormir.
Faltaban las pertenencias de la víctima, por lo que, así como el móvil estaba siendo manipulado por otra persona, las tarjetas de crédito podrían estar siendo utilizadas. Efectivamente, la policía comprobó los movimientos bancarios y observaron que se había extraído dinero desde un cajero automático y deciden tirar por esa línea de investigación.
"Días después el viudo recibió un mensaje de un anónimo que le pedía dos mil euros a cambio de información, quedaron en un bar pero ese supuesto informante nunca se presentó"
Nada más lejos que de tratarse de un caso aislado, mientras los investigadores continuaban con la investigación, veintidós días después del crimen de María Ángeles, el asesino regresó. Su siguiente víctima, María Teresa, cayó en la misma trampa: acorralada en la escalera, esposada, con la cabeza cubierta, recibió doce martillazos que destrozaron su cráneo. Otra vez le arrebató el bolso, pero esta vez sin éxito en el cajero.
Analizando las imágenes de los cajeros y de las calles próximas, les llamó la atención la figura distorsionada de un joven, del cual, el único rasgo que les ayudó a identificarle fue la coronilla de su cabeza. Observaron sus movimientos y no tardaron en localizarle. Vivía en el barrio de la Mina, registraron su domicilio y allí encontraron las tarjetas de crédito de las víctimas y, además, una libreta con información de vehículos y horarios de mujeres que se metían al parking.
Su plan parecía infalible: estudió horarios, anotó matrículas, se buscó una coartada con una cita concertada en una agencia matrimonial… pero se descuidó. Su coronilla apareció en la grabación del cajero, y cámaras lo captaron apostado en el bar donde citaba al viudo para extorsionarlo. Esa misma coronilla permitió a la policía tenderle una trampa y detenerlo a finales del mes de enero. Recogieron muestras de su ADN que acabó dando positivo con el hallado en las víctimas por lo que fue condenado años de prisión.
Hoy, tras los barrotes, su figura sirve como advertencia: bajo la apariencia anodina de un vecino cualquiera, puede latir un horror impensable.
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