"NARCOSATANICOS"

  Pocos recuerdan ya la noche del 14 de marzo de 1989 con claridad. En Matamoros, México, la frontera bullía como cada año con la llegada de los springbreakers: jóvenes norteamericanos cruzando a pie el estrecho puente sobre el río Bravo, buscando alcohol barato, música alta y unas horas de libertinaje antes de regresar al ordenado mundo universitario de Texas

 Aquél día saltaron todas las alarmas cuando tres amigos, que estaban de vacaciones, fueron a la comisaría para denunciar la desaparición de su amigo, Mark, de 21 años de edad. Allí le contaron al sheriff que habían pasado unos días de vacaciones en la isla llamada South Padre Island, en Texas, junto a la frontera con México. Se alojaron en un hotel y disfrutaron de un par de días de playa. El tercer día conocieron a un grupo de chicas y decidieron atravesar la frontera y salir de copas por la ciudad de Matamoros. Esa noche todo fue genial por lo que al día siguiente decidieron hacer el mismo plan y salir de copas por el mismo lugar.


La noche fue bien, estuvieron por la calle principal, Álvaro Obregón, que estaba llena de gente y, en un momento determinado, uno de ellos quiso terminar con la fiesta, reunirlos a todos e ir a por el coche para regresar al hotel. Había tanta gente que se separaron quedando de dos en dos, unos fueron dirección al coche y el que iba con Mark, en un momento de despiste lo perdió de vista. Al reunirse con los otros pensando que Mark había regresado al coche y ver que no estaba pensaron que alguien le tenía que haber llevado de vuelta al hotel, pero, al día siguiente, cuando vieron que no había ido a dormir, supieron que eso no era propio de su amigo y no dudaron en acudir a comisaría a denunciar su desaparición.


   Desde el principio se considera una desaparición de alto riesgo, ya que Mark, es un joven responsable que va a estudiar medicina, inteligente y también le da cierta importancia a la religión, lo que hacía descartar que, debido a sus creencias, se hubiera ido con ninguna chica a mantener relaciones sin apenas conocerle.


   Lo primero que pensó la policía es que seguramente fuera un secuestro, pero nadie llamaba para pedir un rescate, por lo que el supuesto de un “secuestro exprés”, cosa que estaba al orden del día en México en esa época, empezaba a quedar descartado. 


Al tratarse de un individuo americano la noticia de su desaparición en otro país comenzó hacerse eco en todo Estados Unidos. Pasaban los días y nadie se ponía en contacto con la policía pidiendo un rescate, los helicópteros de la policía sobrevolaban los cielos y el río buscando, lo que, según ellos no podría ser de otra manera, un cadáver. 


Sin noticias y sin el hallazgo del cuerpo, la policía no tenía nada, hasta que el día 1 de abril un hecho absurdo rompió la monotonía de la incertidumbre. En un control rutinario a las afueras de Matamoros, que no tenía nada que ver con la desaparición del joven estudiante, agentes de la policía federal mexicana de la división antidroga, son testigos de algo que les parece inaudito. Un vehículo se aproxima al control policial y sin acelerar ni hacer ningún movimiento brusco, atraviesa el control esquivando a los agentes tranquilamente, como si no existieran y continúa con su camino. Los agentes, estupefactos, comenzaron a perseguir al vehículo para ver a dónde se dirigía y proceder a la detención del conductor.


Lograron dar con él, se había detenido a las afueras de un rancho que tenía por nombre “El Rancho Santa Elena”. El conductor se llamaba Serafín Hernández y era el encargado del rancho. La policía en un primer momento no inspeccionó el lugar, simplemente observaron que allí había una plantación de marihuana, interrogaron a alguno de los trabajadores y se llevaron a Serafín a comisaría.


Una vez allí, el propio Serafín al ver una foto del chico estadounidense desaparecido, Mark Kilroy, manifestó, sin ton ni son, que lo había visto en el rancho. La policía, asombrada por la información que había facilitado sin querer, continuó preguntando. Afirmó que lo había visto subido en la parte trasera de una de las camionetas pero que no quiso meterse en los asuntos de los sobrinos de su jefe y que continuó con sus quehaceres. 


 Con todo esto, regresaron al Rancho y cuando llegaron, Serafín Hernández, señaló exactamente el lugar donde se encontraba el cuerpo del joven. Apuntó hacía una caseta de madera situada en un terreno un poco más alejada de la casa y les dijo; “es ahí donde deben mirar”. Agarró una pala y comenzó a excavar, a tan solo un metro de profundidad encontraron el cadáver de Mark. Al ver el asombro de la policía con el hallazgo del cadáver, Serafín continuó diciendo que había muchos más cuerpos esparcidos a lo largo del terreno, concretamente la policía logró desenterrar catorce cuerpos más.


Posteriormente, la autopsia del estudiante reveló que le habían amputado las dos piernas por encima de las rodillas, tenía un alambre insertado en la columna vertebral y un orificio considerable en el cráneo por donde le extrajeron el cerebro. Fué identificado gracias a las pruebas odontológicas. Todos los cuerpos que encontraron enterrados habían sufrido mutilaciones en los genitales, cortes en el pecho, a algunos les habían extirpado el corazón..


Pero aquello no era lo único que se escondía en aquel lugar, alguno de los federales mexicanos se mostraron reacios a continuar al ver que en la puerta de la caseta había una especie de caldero del que emanaba un olor nauseabundo, que contenía un caldo viscoso, con vísceras y huesos y del que sobresalían palos largos y quemados


En su interior había un altar con distintos objetos y todo ello en un ambiente de putrefacción que llevó a la policía a tener que contactar con un antropólogo experto en brujería para que analizará el lugar. Este experto no tardó en confirmar que lo que se practicaba en el interior de aquella caseta era un culto llamado Palo Mayombe.


Mientras tanto, Serafín Hernández, continuó siendo interrogado en comisaría, donde afirmó que él no había matado a nadie, que simplemente ayudó a enterrar los cuerpos y que el autor de los hechos era el Padrino, un tal Adolfo de Jesús Constanzo


Pero, ¿quién era Adolfo Constanzo y qué relación tenía con el Palo Mayombe?


Tenía 27 años, nacido en Miami y padres de origen cubano. Desde su infancia le transmitieron diferentes creencias ancestrales, por ejemplo, su madre le introduce concretamente en el culto del palo mayombe, un culto afrocubano, en el que se sacrifican animales a través de los cuales se obtiene supuestamente “el poder”. Consiste en verter las vísceras y la sangre de los animales sacrificados sobre el caldero que contiene lo que se denomina “la nganga”, una especie de masa madre que se alimenta de la sangre y los órganos, y que, dicen, proporciona poder. Los palos que sobresalen del caldero sirven para capturar el espíritu y poder usarlo después, contra más grande es el animal, más poder otorgan a su Padrino.


Está creencia fascinó tanto a Adolfo, que su único objetivo fué conseguirlo. Comenzó ganándose la vida como tarotista y poco a poco fué ganando adeptos hasta lograr introducirse en la familia de los Hernández. Aprovechándose de que no pasaban por una buena situación y, prometiéndoles cambiarlo, introdujo el culto del palo mayombe en la familia. Todo prosperaba, la situación mejoró por lo que todos creían lo que el Padrino decía, y estaban convencidos que eran invulnerables, que si les disparaban las balas no les harían nada y que eran invisibles ante los ojos de la policía (eso es lo que debió pensar Serfín cuando atravesó el control policial como si nada). Muchos de sus clientes eran figuras reconocidas en el país, políticos, gente con dinero..


 De pronto, un día dejó de sacrificar animales y comenzó a sacrificar personas, las primeras fueron algunos miembros de la familia o gente que, consideraba, no hacía bien su trabajo. Pensó que a los humanos se les podría seleccionar en función de su fortaleza y así alimentar la “nganga” para obtener poder. 


  Acabaron formando una organización que secuestraba a personas, un día el Padrino les ordenó secuestrar un culturista porque quería alimentar la “nganga” con sus músculos y obtener su fortaleza. 


 En el caso de Mark Kilroy, quería alguien inteligente por lo que decidieron llevarse a un universitario que vieron caminando ebrio y se ofrecieron a llevarle al hotel. En el momento que el joven vió que no le llevaban junto a sus amigos salió corriendo del coche pero le atraparon, le amordazaron y lo llevaron al Rancho. Dentro de la caseta, colocaron a Mark en el altar y el Padrino con un machete en la mano le golpeó fuertemente en la cabeza, le extrajo el cerebro y lo tiró sobre el caldero.


Con todo el revuelo que se formó en el Rancho, Adolfo se marchó de su lugar de residencia habitual acompañado de su pareja, Sara Aldretre, la Madrina que, a su vez, es una sacerdotisa practicante y que tuvo un papel fundamental en la organización ya que se servía de su atractivo para captar chicos a quienes invitaba a irse con ella a su casa con el objetivo de conducirles al rancho de Santa Elena.


La policía difundió por todos los medios fotos de ambos y, además, con el objetivo de terminar con todo el ocultismo que albergaba aquella caseta, los investigadores contactaron con un curandero que les dijo que tenían que destruir el caldero donde estaba la nganga. 


Cogieron un bidón de gasolina, rociaron el caldero y le prendieron fuego. Con la destrucción del caldero y gracias a la difusión de las imágenes, enseguida informaron a la policía sobre el paradero de la pareja y en un tiroteo que mantuvieron en su apartamento, cuando entraron Adolfo estaba muerto con heridas de bala y Sara estaba escondida en una de las habitaciones, que inmediatamente pasó a disposición judicial.


Según diversas fuentes, no fué la policía quién acabó con la vida del Padrino, sino que además de Sara, había otro individuo de la organización con ellos en el apartamento y fué Adolfo quién le pidió que le disparara. ¿Podría ser que al creerse invulnerable pensara que las balas no lo herirían?. 


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