"EL NIÑO PINTOR DE MALAGA"
Málaga, 6 de abril de 1987.
En el barrio de Huelin, el aire olía a pescado y humedad. Era una tarde como tantas, cuando David Guerrero, de 13 años de edad, salía de su casa portando bajo el brazo su carpeta de dibujos. Sus padres habían organizado una exposición colectiva, y una de sus obras, un retrato llamado -El Cristo de la Buena Muerte- ya colgaba en una galería del centro. Aquella tarde, cruzo el portal, giro la esquina donde se encontraba la parada de autobús y se desvaneció para siempre.
David era un niño con mucho talento. Lo decían sus profesores, lo sabían sus vecinos. Sus cuadros parecían tener la precisión de un adulto y la mirada de alguien que entendía más de lo que decía. Una sensibilidad fuera del tiempo, por eso, lo llamaban "el niño pintor".
Cuando su padre volvió a casa, su mujer, extrañada le preguntó por David. Dijo que fue a buscarle a la galería de arte ya que exponía su cuadro y iban hacerle una pequeña entrevista para un artículo en el periódico, pero no estaba. Decidió dirigirse donde tenía sus clases de pintura en la "Peña del Cenachero", pero no había asistido a la clase, nadie le vio.
Anocheció y fueron directamente a la comisaria, donde, como era habitual, al ver que David tenía 13 años, les aconsejaron esperar a que pasaran unas horas. Su padre, con sus amigos recorrieron toda la ciudad en su búsqueda. Mientras, su madre en casa, junto con sus otros dos hijos, dejaba la puerta abierta por si el niño aparecía, para que pudiera entrar sin impedimentos. Ella siempre pensó que a su hijo lo tenían secuestrado.
A la mañana siguiente, con la segunda visita a comisaría comenzó la investigación sobre la desaparición del niño pintor de Málaga. Dos días se deslizaron sin una pista, pero los periódicos comenzaron a susurrar su nombre y la ciudad entera se sumió en un coro de esperanza y angustia. Sin embargo, pasaron meses y la puerta de su casa se mantuvo con la puerta abierta. Días tras día el padre de David acudía a comisaria con esperanzas de que la policía tuviera alguna pista, pero salía sin nada, con las manos vacías y la mirada encogida. Se interrogó a conductores y pasajeros, preguntaron en el colegio, pidieron a sus compañeros los dibujos que les había dibujado, todo ello, con el fin de encontrar algún hilo del que tirar.
Los investigadores empezaron a barajar la posibilidad de una huida voluntaria dado que pensaban que, en principio, David no se montó en el autobús. La causa se acabó sobreseyendo, hasta que, por fin, comenzaron a aparecer las primeras pistas, aparentemente, sólidas.
Una llamada de una mujer aseguró haber visto a un niño subido en un tren acompañado de un hombre canoso, que hablaban sobre pintura, el paisaje y la Biblia. El menor parecía preocupado y escuchó como le decía -no te defraudaré-. Meses después, dos nuevas voces emergieron desde Lisboa. Independientes, insistían en haber visto a David pintando con tizas en el suelo. Lisboa: el último destino escolar, un lugar que el conocía muy bien. La policía viajo hasta allí con el corazón encogido. Lo observaron entre la multitud...un parecido razonable, pero no era él.
Tres décadas después, una empleada de hotel recordó un detalle inquietante: mientas limpiaba una habitación, encontró en la papelera una servilleta con el nombre "David Guerrero" y una dirección cuidadosamente anotada. Esto llevo a la policía a investigar al huésped que había pasado un mes en ese lugar. Se llamaba Rudolf, un hombre suizo. Cuando localizaron su lugar de residencia sólo estaba su hijo, el cual les informó que su padre había fallecido hacía unos meses. Registraron su vivienda, tenía imágenes de menores en la calle -no había signos de contenido sexual- y apuntaba sus nombres y direcciones para enviarles las fotografías después. Todo resultaba muy llamativo, revisando los dibujos que David entregó a sus compañeros de clase hallaron uno, que tenía un parecido razonable con el hombre suizo. Se parecía si, pero una pericial demostró que no se trataba de la misma persona y no pudieron investigar mucho más allá.
Tras años de silencio, y con la muerte del padre, la familia se vio forzada a declarar a David como fallecido. Pero el murmullo de su arte no murió, sus hermanos organizaron una exposición con sus cuadros, esperando que aquellos trazos recuperaran el aliento de una investigación que parecía enterrada. Lo que ocurrió superó sus expectativas.
Un periodista, al retomar el caso, descubrió grietas profundas en la versión oficial. La policía, pensó, nunca escarbó lo suficiente: no sabían de testigos que aseguraban que David sí había subido al autobús. Uno lo vio en la parada y otro le ubicó en la galería de arte. Pero fue debajo de la academia de pintura donde apareció el hilo más espeso, en la socorrida "Peña el Cenachero", punto de encuentro de socios y amigos, jamás mencionada en aquellas primeras diligencias. Algunos recuerdan -lo vi allí, pero no arriba en la clase-. Fue allí la última vez que lo vieron, en la penumbra de esa taberna bajo los pinceles.
Un día, la madre del niño pintor, volvió a sentir un escalofrío. Entre la correspondencia apareció un sobre sin remitente. Dentro, un anónimo breve y certero: -investiguen en la Peña, pregunten por Gervasio-. De pronto comenzó a rumorearse de un grupo siniestro, acosadores infantiles que se movían por los barrios bajos. Fueron al lugar en busca de respuestas en vano, ni rastro de Gervasio, ni una sola pista que enlazara con ese nombre.
El tiempo avanzó, pero en 2019 algo rompió de nuevo la calma. La misma compañera de clase que años atrás había entregado una caricatura, recibió en su buzón la obra original. No era una copia, sino el dibujo exacto que había creado, regresando a ella sin explicación ni contexto. Pero...
¿Qué le ocurrió en realidad al niño pintor de Málaga?
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