"EL CRIMEN DE MECO"

  

 En la gélida noche del 16 de enero de 2019, una joven llamada Miriam, salió a pasear cerca de un pueblo junto a Guadalajara. Caminaba con cuatro perros que lucían collares luminosos, como pequeñas antorchas danzando en la bruma. El aire, helado y silencioso, parecía absorber cada sonido.

Más tarde, una pareja caminante descubrió a la chica tendida en el suelo, rodeada por sus perros, inmóviles. Llamaron al 112. Cuando la ambulancia llegó, sólo pudieron certificar su muerte. La autopsia desveló que fue atacada por la espalda, recibiendo casi noventa puñaladas. En el cráneo de la víctima, incrustada, hallaron la punta de un cuchillo. Barajaron la posibilidad de que fueran dos los cuchillos que se utilizaron en su asesinato. Una agresión brutal e implacable, sin testigos visibles, que dejo una estela de preguntas sin respuesta.

    El día que sucedieron los hechos, su compañera de piso que convivía, junto a su pareja, con la joven, llegó a casa y ella no estaba, pero su pareja si. Este le afirmo que vio como llegó cogió a los perros y salió de paseo. Extrañada de que Miriam saliera a sacar a los perros de noche, tomo el camino por donde debía haber ido y al final había una multitud de agentes de policía y las luces azules iluminaban los alrededores. 

  Testigos declararon que una voz temblorosa rompió el silencio de aquel camino: -¡soltadme..dejadme!- Esto abrió la posibilidad de que fuesen dos o más los agresores rondando entre la bruma. Desde entonces, la teoría de un ataque colectivo flotó en el aire. La mirada de la policía se dirigió a su entorno más cercano. Exploraron su círculo sentimental, sin hallar nada concluyente. Incluso por el pueblo susurraban el nombre de su compañera de piso pero quedó claro que no estuvo allí esa noche y pronto fue descartada.

   La clave, dijeron los investigadores, estaba en el silencio. Nadie oyó ladrar a los perros, fieles a su instinto, un signo inquietante de que el atacante les era familiar. El momento preciso del ataque, esos minutos en que todo quedó en suspenso, se convirtió en pista esencial. La policía interrogó a la compañera de piso sobre su novio. Ella negó cualquier implicación. Sin embargo, surgió una nueva línea: al parecer, él mantenía una relación con otra chica y la víctima, al convivir con ellos, quizá lo sabía. Un motivo que bordea el terreno de la traición y el secreto.

   Dos meses después del crimen, la pareja rompió su relación, y ella empezó a sospechar sobre su exnovio: -dijo que aquel día le llamó la atención que se cambiara de ropa dos veces-. Con estas declaraciones la policía procedió a su detención, recogieron muestras, rastrearon los movimientos de su teléfono móvil y sus conexiones a la Play Station, la cual indicaba unos minutos de inactividad aquel día donde la consola estaba encendida pero no se tocaron los mandos.

   Con todas estas dudas, acaba entrando en prisión provisional pero la acusación no prosperó y las pruebas no eran lo suficientemente concluyentes y quedó en libertad.

   A pesar de los esfuerzos de los investigadores, el caso no avanzó. Hoy en día, el crimen de Meco, sigue siendo un misterio, Miriam, una joven amable y dedicada, fue víctima de un acto violento en una noche que parecía tranquila. Su historia permanece en la memoria colectiva, recordándonos que, a veces, las sombras de la noche esconden secretos que nunca llegan a la luz




    

   

   


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