"EL ASESINO DE GREEN RIVER"

  

 Verano del año 1982. En Seattle, las aguas del Green River fluían tranquilas...hasta que, un día, el cuerpo de Wendy, de solo 16 años, emergía flotando entre los juncos. Se había escapado de su casa y la autopsia reveló que había sido víctima de una agresión sexual y que la causa de la muerte fue el estrangulamiento. Aquel hallazgo silenció a la ciudad, como un grito ahogado bajo la superficie, pero no sería el último.

   El 12 de agosto, el río volvió a emerger otro cuerpo, Debra, de 23 años. Las causas de la muerte eran semejantes a las de Wendy y, además, la policía se dio cuenta de que ambas ejercían la prostitución en una zona cerca de la conocida Ruta 99. Las hipótesis fueron muchas, podía tratarse de uno de los proxenetas, tal vez algun cliente que frecuentaba la zona...Tres días más tarde, el tripulante de una lancha que navega por las aguas del río observa algo en la superficie. Al principio, pensó que eran maniquís pero eran dos cuerpos más. Todo lo que estaba ocurriendo evidenciaba la existencia de un asesino en serie que se deshacía de sus víctimas tirándolas al Green River, y no sólo se hallaron esos dos cuerpos más, si no que entre maleza encontraron un tercer cuerpo

   El modus operandi era idéntico en todos los cuerpos. Durante las autopsias se extrajeron grandes piedras de las vaginas de dos víctimas y pudieron obtener muestras de ADN de uno de ellos. Todas eran chicas jóvenes, muchas ejercían la prostitución en la misma ruta y claramente su objetivo eran jóvenes en situación de vulnerabilidad o marginales. El FBI elaboró un informe con el perfil de asesino y comenzaron las primeras detenciones. Se centraron en un pobre taxista que frecuentaba esa zona y que había fallado el polígrafo, sin embargo, su ADN no coincidía con hallado en el cuerpo.

  En septiembre, encuentran otro cadáver más, esta vez en el bosque y presentaba signos de estrangulamiento. Pasan los meses y el asesino parece que dejó de actuar por lo que la policía redujo la vigilancia hasta que, al año siguiente, 1983, otros siete cuerpos más fueron localizados cerca del aeropuerto lo que alertó de nuevo a las autoridades. A finales de ese año tenían quince cuerpos y al menos veinte denuncias de jóvenes desaparecidas. 

   No les quedó más remedio que reforzar la búsqueda de ese individuo que tenía en vilo a muchas mujeres en la sociedad. No fue hasta enero de 1984, cuando la policía recibió una información de una mujer que afirmaba estar trabajando cuando un hombre que le pareció distinto y peculiar solicitó de sus servicios. Esta mujer consiguió verle el carnet de identidad: Gary Leon Ridgway.

  Comprueban sus antecedentes, tenía antecedentes penales por relacionarse con prostitutas, pero estaba considerado un ciudadano común, pintor de camiones con aspecto de vecino inofensivo, estaba casado, tenía un hijo y vivía al margen del escándalo, sin embargo, detrás de su volante, acechaba un depredador: recogía mujeres vulnerables y las llevaba al borde del abismo. Le sometieron al polígrafo y lo pasó por lo que quedó fuera de toda sospecha.

  Estando en libertad tenía barra libre para realizar sus atrocidades y, efectivamente, el tiempo pasaba y en junio de 1985 se hallaron quince víctimas más. El número de mujeres asesinadas ascendía a treinta y una. La escena donde encontraron todos esos cadáveres parecía un yacimiento arqueológico, lleno de huesos, recogieron numerosas pruebas con el fin de que las nuevas tecnologías dieran luz a todo lo que estaba ocurriendo.

   Investigan lo que tienen y descubren que en las fechas en las que veintisiete de las víctimas estaban desaparecidas, Gary tuvo días libres en el trabajo. Comienza a seguirle para ver cómo se comporta. Conduce despacio, mirando hacia todos lados, como si estuviera al acecho...acabaron consiguiendo una orden para registrar su casa, pero no encontraron nada, lo que sí que pudieron obtener fue una muestra de saliva que quedará en custodia hasta los avances del ADN.

 Finalmente, no será hasta el año 2001, con los avances científicos, cuando cotejaron las pruebas de semen extraídas en las piedras del interior de dos chicas, con las de saliva del inofensivo pintor de camiones, confirmándose así las coincidencias de que él era el autor de parte de los asesinatos. 

  Procedieron a su detención, y con el fin de evitar la pena de muerte admitió ser el autor de más de sesenta crímenes. En secreto, condujo a los investigadores por bosques y brechas hasta los cuerpos que permanecían ocultos. Fue una guía por su propio infierno. Le acusaron de cuarenta y nueve asesinatos, se declaro culpable y obtuvo una pena de 42 cadenas perpetuas.

   Durante más de dos décadas, su presencia fue un eco silencioso en la oscuridad, pero el ADN rompió ese silencio y lo puso frente a la justicia.

"Se dice que volvía al lugar donde enterraba los cadáveres para verlos de nuevo y, seguramente volver a practicar sexo con ellos".

"Ted Bundy, estando en prisión, colaboró con las elaboración del informe del perfil criminal del FBI para la investigación de este caso".




 








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